En los últimos días, los medios públicos argelinos, especialmente la APS, han difundido con entusiasmo las declaraciones de John Bolton, quien aboga por reactivar un referéndum de autodeterminación en el Sáhara. Este antiguo halcón neoconservador, conocido por su oposición a la ONU, su apoyo incondicional a Israel y sus posturas agresivas hacia el mundo árabe, ha sido promovido —por la voz de Argel— al rango de aliado en un asunto central de su política exterior. Un cambio que genera más preguntas que respuestas.
John Bolton, figura emblemática del sionismo político en Washington y artífice del traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, es un ferviente defensor de las guerras de injerencia en Oriente Medio. Representa todo lo que el régimen argelino dice combatir: el imperialismo occidental, la agresión contra los pueblos árabes y, sobre todo, la política israelí hacia los palestinos. Sin embargo, Argel, cuyo apoyo a la causa palestina es un pilar de su retórica diplomática, elige aplaudir a un hombre que encarna precisamente al enemigo ideológico.
Palestina sacrificada en el altar del Polisario
Esta postura no solo refleja una disonancia, sino una jerarquía asumida de prioridades. Al alinearse con Bolton, Argel demuestra que está dispuesta a relegar sus compromisos históricos cuando surge la oportunidad de perjudicar a Marruecos. La causa palestina, enarbolada en cada cumbre panafricana, árabe o de no alineados, pasa a un segundo plano ante la obsesión sahariana.
Esta lógica recuerda las alianzas paradójicas en zonas de conflicto donde enemigos acérrimos colaboran contra un adversario común. Sin embargo, Argelia, un Estado supuestamente guiado por principios de solidaridad antiimperialista, acepta asociarse simbólicamente con un ideólogo contrario a su doctrina oficial. Y lo hace no por razones de seguridad nacional, sino para reforzar la posición de un movimiento separatista debilitado a nivel internacional. Peor aún, Argel es instado por John Bolton a hacer concesiones financieras a favor de Trump y las empresas estadounidenses.
¿Realpolitik o inconsistencia?
Algunos analistas, como los citados por El Independiente, interpretan esto como una maniobra de realpolitik: una estrategia fría y racional donde las convicciones ideológicas se desvanecen ante los intereses inmediatos. Puede ser. Pero tal justificación no oculta la profunda incoherencia de un régimen que pretende ser bastión de la causa palestina mientras legitima, con sus silencios y elogios, a un defensor del proyecto sionista estadounidense.
Argelia, que multiplica los discursos contra la «normalización» marroquí con Tel Aviv, se encuentra hoy alineada con quienes han promovido precisamente esa normalización en otras partes del mundo árabe. Esta extraña asociación revela menos una elección táctica que una confesión. El régimen argelino muestra que su hostilidad hacia Marruecos prevalece ahora sobre todas sus otras líneas rojas, incluyendo su atávico antisemitismo y su anticolonialismo fundacional.
Quizás esa sea, en el fondo, la principal lección de esta secuencia: en ciertas guerras diplomáticas, las máscaras siempre acaban por caer. Y el apoyo de Argel al Polisario aparece, más que nunca, como un instrumento de política anti-marroquí, mucho más que el reflejo de un sincero apego a los derechos de los pueblos a disponer de sí mismos.