Conocido como «Cheikh el-Raïs» por sus discípulos, Abu Ali al-Husayn Ibn Abd Allah Ibn Sina, más reconocido en Occidente como Avicena, se ha consolidado como una figura emblemática de la Edad de Oro islámica.
Nacido en 980 en un pueblo cercano a Bujará, en lo que hoy es Uzbekistán, Ibn Sina comenzó sus estudios en su región natal. Apasionado por los viajes y la investigación científica, se adentró desde muy joven en la práctica médica, ofreciendo sus servicios desde los 16 años. A los 30, ya había escrito numerosos tratados.
En su libro «Ibn Sina, vida, trayectoria y filosofía», Mohamed Kamel al-Hur destaca que «la segunda fase de la vida de este sabio fue la de la producción científica». Ibn Sina comenzó a escribir a los 21 años, lo cual era notable en una época marcada por conflictos políticos y religiosos.
Además de la medicina y las ciencias naturales, Ibn Sina también se interesó por el derecho, las matemáticas, la aritmética, el álgebra y la geometría. Estudió con renombrados maestros, como Abu Mansur al-Hasan ibn Nuh al-Qumri, médico de la corte principesca, y Abu Sahl Isa ibn Yahya al-Masihi al-Jurjani, autor de un tratado de medicina.
Con una sensibilidad artística, Ibn Sina también se interesó por la música, la literatura y la poesía. Como teólogo ilustrado, integró el dogma en su filosofía, afirmando que la metafísica debía demostrar la existencia divina. También comentó la obra de Aristóteles, basándose en las explicaciones de al-Farabi.
Su obra más célebre, «El Canon de la medicina», se mantuvo durante siglos como una referencia imprescindible para médicos e investigadores. Mahmoud Abbas Akkad describió esta obra como «un pilar de las ciencias médicas, basado en las experiencias y tratamientos de Ibn Sina». Desafortunadamente, una parte significativa de este trabajo se perdió debido a incursiones militares y exilios forzados.
Un texto fundador de las ciencias médicas modernas
Lo que se ha preservado de este tratado enciclopédico, escrito en árabe y completado hacia 1020, se conserva en el ejemplar más antiguo conocido, fechado en 1052. Sirvió como base para la enseñanza de las ciencias médicas en Europa hasta el siglo XVII.
Traducido al latín por Gerardo de Cremona entre 1150 y 1187 bajo el título «Canon medicinae», y luego a principios del siglo XVI por Andrea Alpago, esta obra fue una de las primeras en ser impresa en árabe, en 1593 en Roma. Solo con Leonardo da Vinci algunas de sus descripciones anatómicas fueron cuestionadas.
No fue sino hasta 1628, con el descubrimiento de la circulación sanguínea por William Harvey, que algunas teorías del «Canon» fueron consideradas obsoletas.
Ibn Sina tuvo el mérito de describir en detalle los primeros síntomas de la meningitis y destacó la importancia de la psicoterapia en el proceso de curación. «Entre sus logros, diagnosticó los cálculos urinarios con precisión, diferenciándolos de los cálculos renales, y describió las meningitis distinguiendo sus variedades», señala la edición 149 de la revista «Daawat Alhaq».
Según la misma fuente, «fue de los primeros en describir fielmente la pleuresía, demostrando que debía ser distinguida del absceso hepático, la neumonía y las bronquitis». También propuso explicaciones científicas plausibles para la ictericia, los accidentes cerebrovasculares y la congestión sanguínea, y popularizó el uso del enfriamiento para detener las hemorragias.
Aportes científicos que provocaban la ira de los religiosos
Además de la medicina, Ibn Sina dejó obras sobre la física y las ciencias naturales. «Sus obras abarcan numerosas disciplinas, desde la poesía hasta la lógica, pasando por la psicología, la medicina, la astronomía, las matemáticas, la filosofía, la teología, la ética y la política», recuerda Mohamed Kamel al-Hur.
Escribió más de 450 libros, de los cuales solo 240 han sido publicados. A pesar de sus contribuciones mayores a la medicina y la anatomía, Ibn Sina fue excomulgado por sus ideas. Ibn Qayyim al-Jawziyya afirmó que la doctrina de Ibn Sina «estaba más cerca del ateísmo que del islam», y que había intentado rehabilitar a pensadores como Aristóteles a los ojos del islam.
El teólogo Ibn al-Salah llegó a calificarlo de «demonio entre los demonios de la humanidad». Sin embargo, esta estigmatización no impidió que sus trabajos se difundieran por todo el mundo. Raed Amir Abdullah Al-Rashed, quien le dedicó un libro, destaca la influencia de Ibn Sina en los científicos occidentales.
«El profesor George Sutton afirma que fue uno de los más grandes eruditos musulmanes, célebre en todo el mundo, y que su pensamiento representaba el ideal filosófico de la Edad Media», señala el investigador.
Ibn Sina falleció en 1037 a la edad de 58 años y fue enterrado en Hamadán, en el actual Irán. Su obra ha sido celebrada por numerosas naciones por sus innovaciones mayores y su desarrollo de las ciencias médicas. En 1937, los turcos organizaron un gran evento para conmemorar los 900 años de su muerte, seguido por los árabes y los persas.