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Biopic #24: Abu-l-Ala al-Maari, el poeta vegetariano «prisionero de dos cárceles»

Abu-al-Ala al-Maari dejó una huella imborrable en la poesía árabe, rompiendo todas las barreras que podría haber supuesto su ceguera, que sufrió desde los cuatro años. Su postura antinatalista lo llevó a rechazar la vida matrimonial, prefiriendo morir apartado de la gente.

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Abu-l-Ala al-Maari vivió en la sobriedad e incluso en la austeridad / Fotomontaje: Mohamed El Majdouby (Yabiladi)
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Las últimas voluntades de Abu-l-Ala al-Maari indicaban que su epitafio debía llevar un verso de sus propios poemas, en el cual expresaba su pesar por haber sido traído al mundo por sus padres. Este filósofo y poeta árabe, cuyo verdadero nombre era Ahmed bin ‘Abū al-‘Alāʾ Aḥmad ibn ‘Abd Allāh ibn Sulaimān al-Tanūẖī al-Ma’arī, nació en 973 en Ma’arat al-Nu’man, en el norte de Siria.

Vivió en un profundo pesimismo, convencido de que nada le había sido fácil desde su infancia. A los cuatro años, contrajo viruela, lo que afectó gravemente su vista, privándolo de este sentido tan preciado.

«A los cuatro años, Abu-l-Ala fue alcanzado por una viruela particularmente virulenta», explica Issa Ibrahim Al-Saadi en un libro dedicado a este poeta. «Sufrió profundamente, perdiendo un ojo, y luego la vista del otro fue disminuyendo progresivamente hasta desaparecer por completo».

A pesar de este constante sufrimiento, Al-Maari tuvo la fortuna de crecer en una familia apasionada por la literatura y el derecho, lo que le permitió desarrollar un conocimiento enciclopédico con el paso de los años.

Un espíritu libre a pesar de la ceguera

Entre Alepo en Siria y Antakya en Turquía, este destacado autor estudió ciencias del lenguaje, literatura, teología, jurisprudencia islámica y poesía. Issa Ibrahim Al-Saadi lo describe como un hombre «dotado de una inteligencia notable y una capacidad extraordinaria para memorizar, lo que le permitió adquirir vastos conocimientos, destacándose particularmente en la poesía y la prosa».

En 1007, Abu-l-Ala al-Maari se trasladó a Bagdad, donde frecuentó bibliotecas y conoció a los grandes sabios de la época. Yacout Hamawi, en su «Guía de la literatura», lo describe como «un erudito de buena reputación, rico en conocimientos en ciencias, lingüística, gramática y ortografía, además de ser un gran poeta y orador».

Al regresar a Ma’arat al-Nu’man en 1009, se dedicó por completo a la escritura. «Era parte de los eminentes de la literatura árabe, dominando las ciencias con gran profundidad», señala Taha Hussein en la introducción de una obra dedicada a sus trabajos. Sin embargo, al final de su estancia en Bagdad, eligió retirarse a su ciudad natal hasta su muerte.

A diferencia de la mayoría de los poetas de su tiempo, no buscaba ni la gloria ni la riqueza. Se definía incluso como el «rehén de dos prisiones», la primera siendo su ceguera, la segunda su casa, que rara vez abandonaba. «Tenía un desamor sin fin por la vida que llevaba en la más profunda desesperación», escribía Aḥmad Ibn-Yaḥyā Ibn-Faḍlallāh al-ʻUmarī.

En su obra «Caminos de la percepción», este autor indica que Al-Maari «era víctima de injusticias, sin esperar nada ni de la gente ni de la vida. Se aisló del mundo, saliendo de su casa solo para la mezquita». Sus obras literarias reflejan esta visión de la vida, marcada por un profundo pesimismo. Este estado de ánimo lo llevó a rechazar el matrimonio y considerar la procreación como un crimen.

Un rechazo al lujo de su época

Al rechazar consumir carne, Al-Maari fue uno de los primeros vegetarianos célebres. «Durante cuarenta y cinco años, vivió sin comer carne, huevos o leche, respetando profundamente a los animales. Se contentaba con lo que la tierra producía y vestía de manera austera», recuerda Basset Ibn Al Jawzi en «El espejo del tiempo».

«De gran humildad, solo ganaba treinta dinares, que compartía con su empleado. Se alimentaba de lentejas, siendo los higos su única dulzura. Vestía ropa de algodón, dormía en una cama modesta y no adulaba a nadie. Si su poesía hubiera sido dedicada a las alabanzas, habría hecho fortuna», escribe Lisan al-Mizan – Ibn Hajar.

Lisan al-Mizan – Ibn Hajar

Por otro lado, Abu-l-Ala al-Maari era un musulmán convencido, privilegiando el espíritu más que la letra del mensaje religioso, lo que generó tensiones con los eruditos de su tiempo. Expresaba sus dudas sobre cuestiones que los textos religiosos pretendían haber resuelto. Al-Maari defendía la idea de que ninguna religión era superior a otra, cada una teniendo sus especificidades.

Su libro «La Epístola del perdón» sigue siendo una de las obras principales del patrimonio árabe, pero incluso después de su muerte en 1057 en su ciudad natal, algunos pusieron en duda su islam. Ibn al-Jawzi lo describía como un poeta cuyos «textos dejaban entrever su ateísmo y su hostilidad hacia los profetas», llegando a clasificarlo entre los «depravados del islam» junto a Ibn al-Rawandi y Abû Hayyân al-Tawhîdî.

En cambio, autores como Narjiss Tawhidi consideraban que Al-Maari «era verdaderamente creyente», su modo de vida y sus convicciones no diferían fundamentalmente de sus contemporáneos. Chaouqi Fadl compartía esta opinión, señalando que este poeta «no atacaba las religiones monoteístas sino más bien a los religiosos, lo cual es fundamentalmente diferente».

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