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Ramadán en la Historia #18: El asesinato de Ali Ibn Abi Talib y el surgimiento del califato hereditario

Tras el asesinato de Othmán ibn Affán, en el año 35 después de la Hégira, los tiempos fueron difíciles para los musulmanes. Poco después, designaron a Ali Ibn Abi Talib para tomar el poder, pero el nuevo líder se enfrentó a la oposición de muchos compañeros. Durante el ramadán del año 40 (AH), fue asesinado mientras se postraba durante la oración de al fajr. Este evento marcó el fin del califato de shura y el inicio del poder hereditario.

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En el mes de Ramadán del año 40 AH, que corresponde a enero de 661 d.C., el cuarto califa de entre los distinguidos compañeros del profeta Mahoma, Alí bin Abi Talib, fue asesinado en la Gran Mezquita de Kufa, en Mesopotamia (hoy Irak). El responsable fue el jariyita Abd-al-Rahman ibn Muljam, quien lo apuñaló durante la oración de al-fajr. Este acontecimiento marcó un punto de inflexión en la historia política del mundo musulmán, estableciendo las bases para el poder político hereditario.

Los vínculos del profeta Mahoma con su primo Alí

Cuando Alí bin Abi Talib tenía seis años, una severa sequía afectó a los Quraysh. Para aliviar la carga de su tío Abi Talib, quien era el padre de Alí y jefe de una familia numerosa, el profeta Mahoma se ofreció a cuidar del niño. Así, Alí fue criado en la casa del profeta. Cuatro años después, Mahoma recibió la revelación divina y comenzó la da’wa islámica. Alí, su primo, fue el primer joven en anunciar su conversión al islam.

El libro «La revolución del islam y el héroe de los profetas: Abú al-Qasim Mohamed ibn Abdillah» de Mohamed Lotfi Jomaa narra que «tras la conversión de Jadiya al islam, Alí ibn Abi Talib la siguió, siendo aún un niño y habiendo crecido en la casa del profeta antes de la revelación». «El profeta lo cuidó como un padre a su hijo, ya que Abu Talib había protegido al profeta durante su infancia», explica la misma fuente.

Las crónicas históricas coinciden en destacar el coraje y la dedicación de Alí ibn Abi Talib. A los veinte años, no dudó en dormir en la cama del profeta, consciente de que los politeístas planeaban asesinarlo en su hogar. Alí también fue el último de los musulmanes en emigrar de La Meca a Medina, siguiendo las órdenes de Mahoma, para devolver a las familias los bienes que le habían confiado.

Tras la batalla de Badr, en el segundo año de la Hégira, Alí pidió la mano de la hija del profeta, Fátima al-Zahraa. Aunque la poligamia era común entre los compañeros de Mahoma, Alí no adoptó esta práctica y vivió con una sola esposa, con quien tuvo dos hijos, Hassan y Hussein, quienes se convirtieron en la descendencia del mensajero.

El cuarto califa de los compañeros del profeta

En el año 35 AH, el tercer califa de los eminentes compañeros del profeta Mahoma, Othmán ibn Affán, fue asesinado. Alí fue designado para sucederlo en un periodo conocido como la «gran sedición». Toda su gobernanza estuvo marcada por disturbios, conflictos y guerras.

La «gran sedición» detuvo por primera vez las conquistas musulmanas hacia nuevos territorios. Los musulmanes quedaron atrapados en guerras internas, lo que contribuyó al surgimiento de conflictos sectarios y la aparición de diferentes corrientes religiosas dentro del islam.

Alí enfrentó el rechazo de algunos musulmanes que se negaban a prestarle lealtad, exigiendo la aplicación de la ley del Talión para vengar el asesinato de Othmán, antes de ganarse su confianza. Alí no estaba a favor de esta medida, ya que su prioridad era preservar la cohesión entre los musulmanes.

Así, Alí se convirtió en el primer califa en la historia musulmana en no lograr unanimidad. Ibn Taymiyyah señala que Alí enfrentó tres tipos de partidarios: «aquellos que lucharon con él, aquellos que lo combatieron y aquellos que no se posicionaron ni del lado de los primeros ni de los segundos».

La instauración del poder hereditario

Al asumir el poder, Alí ibn Abi Talib trasladó la capital a Kufa, en Mesopotamia. Menos de un año después, Aisha, la esposa del profeta, junto con varios compañeros liderados por Talha ibn Ubayd Allah y Zubayr ibn al-Awwam, formaron un ejército para vengar el asesinato de Othmán ibn Affán. Se dirigieron a Basora, donde Alí los enfrentó con su propio ejército. Así se libró la Batalla del Camello en el año 36 AH, culminando con la victoria de Alí.

Meses después, Alí también combatió en la batalla de Siffin en el año 37 AH, contra Muʿāwiya ibn Abī Sufyān. En un punto muerto, ambas partes acordaron iniciar negociaciones para reconciliarse, lo que fue resistido por una facción del ejército de Alí, que se rebeló contra él. Estos disidentes serían posteriormente conocidos como los Jariyitas por el califa.

Consecuentemente, Alí se vio obligado a combatir a sus propios disidentes. Tras su victoria sobre los Jariyitas, estos buscaron venganza. Durante el Ramadán del año 40 AH, un miembro de los Jariyitas llamado Abd-al-Rahman ibn Muljam aprovechó la salida de Alí para la oración de al-fajr, siguiéndolo hasta la Gran Mezquita de Kufa. Allí, le asestó un golpe con una espada envenenada en la cabeza. Dos días después, Alí sucumbió a sus heridas.

El asesinato de Alí Ibn Abi Talib marcó el fin de la era califal de los Rashidun y del régimen de la Shura. Con el establecimiento de la dinastía Omeya (661 a 750 d.C. y 756 a 1031 d.C.), surgió el sistema de califato hereditario.

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