Salah ad-Din al-Ayyubi fue considerado una de las figuras más célebres de la historia del islam. Lideró a sus ejércitos hacia la victoria en la batalla de Hattin, un punto de inflexión en la presencia de los Cruzados en Oriente, que allanó el camino para la liberación de Jerusalén en 1187. Nacido en 1138 y fallecido en 1193, el célebre Saladino descendía de una familia kurda originaria de la ciudad iraquí de Tikrit.
En aquella época, el territorio abasí estaba fragmentado por disidencias, lo que dio lugar a pequeños reinos. Mientras tanto, los fatimíes gobernaban Egipto, donde en las mezquitas se rezaba por sus líderes en lugar de por los califas de Bagdad. Al mismo tiempo, los Cruzados controlaban amplias regiones de Siria e Irak. En este contexto, Saladino asumió el mando militar y comenzó su ascenso hacia el poder.
Un comandante de los ejércitos en primera línea de combate
En “Saladino, el caballero guerrero y el rey ascético objeto de mitos”, el investigador Chaker Mostafa señaló que “Salah ad-Din [al-Ayyubi] era como una llama de fuego en un cuerpo devastado por los sufrimientos. Su apariencia física contrastaba con el gran peso que soportaban su cuerpo y su espíritu, cargado de ambiciones. El hecho de haberlo visto a caballo durante los últimos treinta años es la mejor prueba de ello”.
Así, el líder político y militar logró acabar con el califato fatimí, que había perdurado durante 262 años, y estableció la dinastía ayubí, unificando Egipto, Siria, Hiyaz, Tihama y Yemen bajo la autoridad de los abasíes. La biografía de Saladino, escrita por Bahā ad-Dīn Yusuf ibn Rafi ibn Shaddād (Bohadin), lo describe como “una persona justa y amable, que impartía justicia a los más débiles”. “Cada lunes y jueves, presidía una asamblea general en presencia de juristas, jueces y eruditos, donde escuchaba a todas las partes de los distintos conflictos, dándoles equitativamente la palabra”, señala la misma fuente.
En cuanto a la obra “La historia ilustrada”, de Shafik Joha, Mounir Baalbaki y Bahij Othman, se menciona que, tras haber unificado los territorios musulmanes, Saladino decidió lanzar una ofensiva contra los Cruzados. “Después de haber logrado unificar Egipto, Siria, Hiyaz, Tihama [norte de Yemen] e Irak bajo una única y fuerte bandera musulmana que rodeaba Jerusalén y los principados cruzados del norte, [él] consolidó la cohesión de su territorio y pasó a la realización de la segunda parte de su proyecto político: combatir a los Cruzados”, se destaca en el libro.
La recuperación de Jerusalén
El sábado 5 de julio de 1187, los Cruzados fueron sorprendidos por la operación militar de Hattin, donde Saladino les tomó ventaja en el campo de batalla al asegurarse el control de las fuentes de agua. La batalla fue encarnizada, pero su ejército logró la victoria y recuperó Jerusalén. En este sentido, el historiador Jonathan Philips destacó que “esta terrible derrota infligida a la historia de Occidente” marcó profundamente el relato de “generaciones de historiadores occidentales”, especialmente “aquellos que vivieron las Cruzadas”.
Según Philips, estos investigadores “sobredimensionaron la figura y los eventos protagonizados por el líder que los combatió”, en un intento de justificar “el rotundo fracaso militar que sufrieron, que marcó la caída del reino cristiano de Jerusalén”.
En realidad, Saladino era conocido por su carácter humano y por los valores nobles en los que creía. Construyó su reputación como un líder clemente, destacando por su trato hacia los prisioneros de guerra. “Saladino, el más puro de los héroes del islam”, escrito por Albert Chandour, confirma esta imagen, describiéndolo como un comandante que “no hacía distinciones entre sus prisioneros, tratándolos a todos con dignidad”. Entre los cautivos estaban el comandante de las fuerzas francesas y su tesorero. Según el relato de esta obra, Saladino los alojó en una tienda junto a la suya y “los trató como invitados antes de su traslado a Damasco”.
Contra la banalización del derramamiento de sangre
El mismo libro relata una escena en la que “uno de sus hijos pequeños le pidió permiso para decapitar a prisioneros no musulmanes, creyendo que así demostraría su valentía y coraje. Saladino se negó categóricamente, ordenándole que nunca más pensara en ‘un acto tan inútil’”. En otras palabras, el líder “se preocupaba de que sus hijos no se acostumbraran a la violencia gratuita ni a la banalización del derramamiento de sangre”.
“Cuando la batalla se intensificaba, él mismo organizaba las posiciones de sus tropas, separando a sus soldados de los enemigos y facilitando sus movimientos. Se colocaba en puntos estratégicos desde donde podía dirigir a sus hombres y coordinar los ataques, siempre en primera línea de combate, hasta alcanzar al enemigo”, detalla Saladino, el conquistador de los enemigos cruzados, de Mohamed Rajab al-Bayoumi.
Saladino murió el 4 de marzo de 1193, sin dejar una gran fortuna tras de sí. Aunque era rico en gloria como guerrero, nunca mostró interés por acumular bienes materiales. Bohadin señaló que, en su armario, “solo dejó cuarenta y siete dirhams y algunos objetos modestos. No poseía ni una casa ni propiedades lujosas”.
A lo largo de los siglos, su figura ha sido objeto de múltiples biografías, películas y series, consolidándose como uno de los grandes estrategas y líderes del mundo islámico.